24 de junio de 2010

15 - Tablas y defensa siciliana


El subdirector está furioso. Su guerra contra todo lo que está pasando en la escuela no está teniendo demasiado éxito. Comenzó diciendo que todo esto era una jugada política para ganar elecciones a fuerza de populismo, pero ahora se quedó sin argumento porque ya hay un nuevo gobierno. Siguió con que las computadoras no funcionaban, que se iban a romper todas en poco tiempo y que todo el Plan sería breve como un suspiro. En esto algo de razón tiene, se rompen mucho, dicen que un veinte por cierto, que están estudiando por qué sucede esto, pero el sistema para enviarlas a reparar y recibirlas arregladas funciona con bastante eficiencia, así que el segundo argumento tampoco ha funcionado.

Ahora se ha dedicado a batallas particulares, con cada una de las maestras, llenándoles la cabeza y tirando abajo las posibles ventajas didácticas y de aprendizaje que pudiera incorporar el uso de las XO. Como decía Goebbels, experto en propaganda, una mentira repetidas infinitas veces se convierte en verdad. Y él insiste, y la verdad es que sabe argumentar bien y con seguridad, con lo cual veo que a algunas de las maestras las deja bastante convencidas.

El subdirector ama jugar al ajedrez. Cuando era joven, dice que lo hacía por correspondencia, o sea que tenía un tablero con la partida en su casa, movía una pieza, escribía la jugada en una carta y la enviaba por correo, su contrincante lo mismo y entre una jugada y otra pasaba quizá una semana o quince días. A mí no me entra en la cabeza esto, me consumiría la impaciencia, pero él insiste en que es cierto. Afirma que en mil novecientos setenta y seis jugó contra un campeón argentino y la partida resultó en tablas (que en ajedrez parece que quiere decir empate). También cuenta siempre que era un especialista en la defensa siciliana, a saber qué quiere decir eso.

Antes de ayer, a la hora de la salida, coincidí con él en la escalinata que está en la puerta de la escuela. A veces caminamos un par de cuadras juntos porque yo paso por la panadería y la casa del subdirector queda unos metros más lejos. Ya sabía yo que el tema sería el de siempre, y efectivamente empezó como era previsible:

- ¿Sabés lo que me enteré hoy por un amigo que es periodista en Montevideo?- comenzó. Siempre tenía amigos en los sitios claves, que se enteraban de verdades profundas.

- ¿Qué? – pregunté educadamente, dispuesta a escuchar la última teoría acerca del desastre que era lo de las XO en las escuelas.

Sentados en la vereda y recostados contra el muro, dos chicos estaban con las computadoras sobre las rodillas. Cuando pasamos junto a ellos, una de las voces voz infantiles dijo casi gritando:

- Jaque al rey.

El otro se quedó mirando la pantalla unos instantes pero casi enseguida respondió con seguridad, pulsando una tecla y con tono triunfante:

- Tu reina está a punto de caramelo.

El primero se quedó pensativo y concentrado.
El subdirector los miró unos instantes y me di cuenta que se moría de ganas de quedarse junto a los chicos y decirles algo. Pero se dio cuenta de que iba conmigo, se contuvo y siguió caminando. Hicimos todo el camino en silencio, y nunca supe qué era lo que le había contado ese día el amigo periodista de Montevideo.



9 de junio de 2010

14 - Las tortugas ya no son lo que eran


Cuando yo era chica, mi madre me ponía siempre las canciones de María Elena Walsh. Tenía varios cassettes y un aparato portátil, que llevaba del cuarto al living. Mis otras amigas escuchaban a Menudo o una canción muy tonta que en el estribillo decía “pajaritos a bailar”, o algo así, pero casi ninguna conocía El Twist del mono liso o La reina Batata. Mamá me decía que María Elena podía acompañarme durante toda mi vida, de niña con una flor y otra flor celeste, y de grande con Serenata para la tierra de uno. Todavía no he comprobado si tiene razón, no he escuchado aún esa canción, pero voy viendo que puede ser, que cada vez lo que me dice parece que lo entiendo mejor.

Entre las que más me gustaban estaba La tortuga Manuelita. La letra, ahora que lo pienso, habla también de los que se van lejos buscando algo que nunca van a encontrar, y que regresan como se fueron, o quizá un poco más gastados. Pero éste es otro tema, y lo que voy a contar aquí se refiere a la tortuga de las XO, o sea el Turtle Art. Es el programa con que dibujan los niños en las computadoras, y es el favorito de los más chiquitos.

Con el mouse y eligiendo los colores y las formas, hacen cosas fantásticas. Algunos están horas dibujando y pintando, llenando la pantalla de siluetas y contornos. Me fascina ver cómo Ana lentamente va completando los detalles con minucioso cuidado, hasta la flor más minúscula de un paisaje desbordante y en cambio Manuel dibuja a un ritmo enloquecido, borra, enseguida llena la pantalla con otro cuadro a toda velocidad, borra y vuelve a comenzar. Me imagino la pobre tortuga, mareada con tanta exigencia.

Pero lo que quiero compartir, es lo que ayer me comentó Jonathan cuando le pregunté qué es lo que más le gusta de dibujar en la XO. Me dijo con sencillez:

- Que no importa si mi madre no me puede comprar hojas o si no tengo lápices o crayolas. Ahora puedo dibujar siempre-


13 de mayo de 2010

13 - Distancias


Sigue extendiéndose por la escuela el rumor de que me interesa escuchar todo lo que tenga que ver con el Ceibal, (aunque creo que todavía nadie sabe que publico un blog), así que mis compañeras se acercan, durante el recreo, a contarme lo que sucede en sus clases. Ayer lo hizo la de tercero:

“Les había puesto como deber que hablaran con su padre o su madre, y averiguaran detalles de su trabajo, con un cuestionario hecho por ellos. Tuve cuidado de explicarles que les preguntaran por su ocupación actual y si no la tenían, servía también lo que hubieran hecho en cualquier trabajo anterior, para contemplar a los niños que tienen sus padres en el seguro de paro o directamente sin empleo. Hasta hablé con Miguel, y le dije que él podía preguntarle al abuelo, el pobrecito vive con él desde que su padre murió, la mamá los había abandonado hace años.

Estaban leyendo los trabajos en voz alta y le tocó a Ramón. Comenzó con orgullo diciendo que las preguntas se las había hecho a su padre.

La primera que le hice fue: :- ¿Te gusta lo que hacés?-
Mi papá respondió: - Sí, claro, estoy muy orgulloso de ayudar a gente que lo necesita tanto.-


Walter interrumpió la lectura con un grito airado:

- Maestra, maestra, ¡Ramón es un mentiroso! -
- ¿Por qué decís eso? - Le pregunté intentando tener paciencia.
- Porque no puede haber hablado con su papá. –

Ramón tenía la mirada baja, fija en su cuaderno.

- ¿Y vos cómo sabés eso? –
- Porque su viejo es milico, está en el Congo, así que no puede haber hablado con él, se lo inventó todo, maestra! –

Volví a observar al niño. Levantó la cabeza y me miró con expresión brillante, como si tuviera el dos de la muestra. Comprendí lo sucedido y me dirigí al resto de los niños:

- A ver, de a uno, no hablen hasta que se los indique, ¿cómo piensan que se comunicó Ramón con su padre que está en una misión en el Congo?

Casi todas las manos se levantaron seguras de la respuesta. “

4 de mayo de 2010

12 - La clase obrera va al paraíso

El gran árbol que está frente a la panadería es la “milla de oro” del pueblo. He leído que llaman así en otras ciudades a la calle donde se ubican las tiendas más prestigiosas y caras y por lo tanto se paga mucho más por el metro cuadrado de alquiler. Verdaderas fortunas, en lugares como París, Madrid o Londres.

Por razones complicadas que podría explicar un ingeniero en telecomunicaciones, y que no intento siquiera entender, es el sitio en el que se puede navegar mejor por Internet, a cualquier hora del día. La semilla que dio origen a ese paraíso habrá germinado allí quizá por accidente, quizá por la previsión de algún vecino agobiado por el sol cruel de enero. Lo que es irrefutable, es que nunca se imaginó que iba a ser tan codiciado. El lugar que le sigue en orden de conexión eficiente es la escuela, lo que tiene su lógica porque allí están instalados los servidores y demás máquinas necesarias.

Cerca del pueblo hay tres estancias. Los dueños pasan veloces en sus camionetas enormes, a veces paran a comprar algo en el almacén (pocas cosas, porque la mayoría las traen de Montevideo), cargan nafta en la estación de servicio y arrancan haciendo ruido. Un poco más lejos, a unos cien kilómetros, está el campo del Cerro Chico. A ese estanciero se lo conoce más, saluda cuando baja del coche, ha hecho donaciones para la escuela y a veces se toma un vino en el bar. En ocasiones trae su computadora portátil, estaciona su coche en la calle de la escuela y sentado en el asiento delantero, teclea sin descanso. Parece que en su casco tiene problemas con la conexión por modem y que en los alrededores de la escuela funciona mucho mejor. Los chicos se codean al pasar, tentados de risa porque los lentes se le van deslizando hasta la punta de la nariz, y se quedan allí en un equilibrio precario. Por todo esto, me sorprendió un poco lo que sucedió antes de ayer.

Yo salía de la escuela y, como tantas veces, vi la camioneta del estanciero estacionada. El no estaba dentro, y lo vi caminando algunos metros delante mío. Yo iba a la panadería a buscar mis galletas marinas de siempre, y llegamos casi juntos. El dobló a la izquierda, con rumbo al paraíso. El intercambio que pude escuchar fue más o menos así:

- Hola chicos, ¿me hacen un lugar que necesito conectarme?

Silencio y miradas al principio tímidas.

- Sólo un rato, es que en la escuela está imposible, no pude lograrlo y tengo algo urgente –

Una voz desde la profundidad del follaje se atrevió:

- No tenemos más lugar, y hay lista de espera. Si quiere, tiene que anotarse y lo llamamos cuando le toque.-

Su primer impulso fue reírse. Pero al observar a los de abajo, que envalentonados por la voz anónima cerraron filas y se miraron asintiendo, se dio cuenta que iba en serio. Dudó un instante, pero terminó bajando la cabeza, cerrando su portátil (que ya había abierto para comenzar a trabajar) y antes de darse vuelva para volver a su coche, dijo:

- Bueno, ya veo, la próxima vez reservaré con más antelación.

Y se fue calle abajo.

1 de mayo de 2010

11 - Contactos norte sur

Hace unos días escuché por la radio que un grupo de técnicos uruguayos estaba trabajando en un programa informático que permitiría a niños y adultos aprender inglés mediante la computadora. Y que en poco tiempo comenzarían a distribuirlos junto con las máquinas del Ceibal.

Esto me trajo enseguida el recuerdo de los investigadores suecos. Quizá si hubiéramos tenido esos programas disponibles antes de que vinieran, esa mañana hubiera sido bastante diferente.

Llegaron de sorpresa. A primera hora de la mañana, cuando recién había comenzado a repartir las hojas a los niños para que comenzaran a dibujar, se presentó la directora en la puerta de la clase, con cara de preocupación. Así nomás, sin preámbuos, me pregunta si sé hablar inglés. Lo que aprendí en el liceo, le respondo. Bien, eso servirá. De todos modos, lo tendrás más fresco porque sos la que terminó el liceo hace menos años. Me hizo señas para que la siguiera hasta la dirección. En el camino me comentó que habían llegado con la inspectora dos investigadores suecos que querían hacernos preguntas con respecto a nuestra experiencia con las XO. No me habían avisado antes, agregó con evidente molestia, así que ahora te pido que hagas lo que puedas para ayudar.

Cuando llegamos allí estaba la inspectora con un hombre y una mujer, los tres de pie y sonriendo. Rápidamente organizaron la actividad: la que llevaba la voz cantante era la rubia veterana, de unos cincuenta años, pelo casi blanco largo y suelto por la espalda y la actitud de quien está acostumbrada a que la obedezcan. Las tres mujeres se quedarían reunidas en la sala de dirección y yo acompañaría en una recorrida por la escuela al hombre: era bajo, delgado, sonreía todo el tiempo, y tenía una especie de celular grande y rectangular donde anotaba todo con un lapicito del tamaño de un cigarrillo. Sabía hablar algo de español, con una pronunciación que hacía que tuviera que esforzarme mucho para captar lo que decía, pero según su compañera lo entendía bien con lo cual yo solamente tendría que hacer las preguntas, no era necesario traducir las respuestas.

Me dieron una lista (en español, por suerte...) con lo que tenía que consultar a cada maestra y comenzamos la recorrida por las clases. Fue una experiencia muy extraña: yo preguntaba, intentaba que las respuestas fueran lentas y claras y el investigador sueco anotaba con su palito marcando las teclas de su instrumento a una velocidad supersónica. Sonreía todo el tiempo, a los niños, a las maestras, a mí, a todo el mundo. Decía: thank you, very much, y buenos días, acentuando las eses de una forma que hacía que los niños se murieran de risa. Las preguntas tenían que ver con el uso que dábamos a las XO, tanto en la escuela como en casa, y la mayoría de las respuestas eran cifras: cuántas horas las usábamos en clase, cuántos niños, cuántas tareas, cuántos hermanos las usaban en casa, etc, etc.

Lo poco que yo conocía de Suecia era: el sol de medianoche, los renos, el frío y los pinos de Navidad, lo cálidos que habían sido al recibir a los refugiados políticos que tuvieron que huir de Uruguay en la dictadora (esto me lo contaba siempre mi padre) y Pippi medias largas. Que no sé en realidad si es de Suecia o de algún país cercano, pero fue mi heroína de la infancia entre los seis y los nueve años.
Me dieron ganas de preguntarle qué sabía él de Uruguay antes de venir aquí. Y qué es lo que había averiguado de nosotros con tanta pregunta y tanto numerito anotado en su pequeña pantalla. Como me dieron su tarjeta antes de irse, muy apurados en un auto azul que los esperó en la puerta durante las dos horas que duró la visita, me he prometido que cuando sepa más inglés, y cuando tenga mi propia computadora, les escribiré un mail. Para que me digan cuál fue su experiencia esa mañana de abril, en un pueblo de nuestro país, donde preguntaron tantas cosas.

22 de abril de 2010

10 - El asesino es el mayordomo

Muchos padres y maestras tienen temor de que jugar al Doom incite a los chicos a ser más violentos. Es un juego muy popular. Está disponible en Internet, hay monstruos, demonios y extraterrestres, hay que matar enemigos y se van perdiendo vidas, con el esquema clásico de este tipo de videojuegos. Al recibir las XO, casi todos los niños incursionan en él. Algunos se aburren rápido, otros se convierten en casi adictos.

Yo podría compartir esa inquietud. Después de todo, es imposible no enterarse de que hoy en día un muchacho es capaz de publicar orgulloso su foto en Internet luciendo un cuchillo entre los dientes y luego apuñalar con saña a otro de quince años a la salida de un partido de basketball. Y cada tanto conocemos que en algún instituto de secundaria, un joven liquidó a tiros a varios de sus profesores y compañeros de clase, por razones que en la mayoría de los casos no se llegan a conocer. También sabemos que existen bandas de liceales que cuando se juntan y ven pasar a otro de una banda rival, lo agreden solamente por atreverse a pasar frente a ellos. Lo peor de todo es que dos de estos hechos, suceden aquí nomás, en la capital más al sur del país en un caso, en la que esta más al norte, en el otro, y que entre esas dos ciudades, aparecen chicos golpeados a la salida de las discotecas o luego de partidos de fútbol.

Los principales acusados de esta epidemia: la televisión primero, últimamente los videojuegos, y como éstos se pueden acceder teniendo una conexión a la web, pues ya tenemos el veredicto: Internet fomenta la violencia. Y las XO permiten a los niños conectarse, o sea que por propiedad transitiva, ya está instalada la asociación.

A primera vista, parece legítimo este miedo. Cualquier elemento que pueda fomentar estas actitudes debería ser estudiado con atención. Sin embargo, observando a mis niños de cinco, quiero compartir con ustedes mis propias asociaciones. Esto que les cuento ha sucedido en los últimos quince días:

Una tarde cualquiera en el patio. Un llanto desgarrador me hace mirar hacia donde está Mary (cuatro años, delantal a cuadros embarrado) rodeada por dos decididos colegas de juego. Me acerco a intentar resolver el conflicto. Al preguntar qué pasa, el mayor de los dos (Emilio, cinco años, organizador nato) se defiende:

Nada, maestra, es solamente que no quiere jugar. Al preguntar a qué juegan, la respuesta es: primero, a que es nuestra prisionera y después la matamos. Pero no quiso, y entonces solamente a que la dejamos paralítica y no puede mover las piernas ni los brazos. Y a eso tampoco quiere, maestra.. no quiere hacer nada...

Ella sigue llorando, mostrando claramente que tampoco le gusta la segunda variante.

Unos días después, en clase, a Walter se le cae el vaso de acuarela en la hoja blanca donde está dibujando. Levanta su silla (es un niño fuerte y robusto), la golpea contra la mesa tres veces antes de que lleguemos a detenerlo. Totalmente fuera de control , se revuelve como una lombriz. Cuando logramos tranquilizarlo e intentamos hablar con él, me dice con naturalidad: Es lo mismo que hace papá cuando algo le sale mal.

El último episodio que les cuento: les habíamos pedido a los chicos que trajeran cinco hormigas dentro de un frasco de vidrio para observarlas. Luis no las trajo, y cuando le pregunté el motivo me respondió: mamá tenía que mirar algo en la tele ayer, y cuando está mirando no puedo hablarle ni pedirle nada. Yo había juntado las hormigas, pero ella no me dio el frasco. Pero mañana las traigo, maestra, prometido...

Me cuenta mi padre que mi abuelo jugaba con soldaditos de plomo a que eran cowboys que mataban a los indios sioux. Y que él , luego de ver su serie favorita en la televisión, hacía de astronauta galáctico que eliminaba a los extraterrestres invasores, con los muñecos y espadas de plástico. Los chicos de ahora juegan en Internet a que terminan con sus enemigos con un joystick. Lo que es diferente es el instrumento, no el fin.

Creo que lo que ha cambiado es otra cosa, que no sé si puedo explicar bien: el poco tiempo que los padres pueden dedicar a sus hijos, la frustración por querer más de lo que está al alcance (esa realidad dorada que nos muestra la televisión), la impotencia de los que no consiguen trabajo, de los que se sienten excluidos de todo.

Como es más fácil buscar culpables ajenos, está el Doom. Pero como en las mediocres novelas policiales, luego de despistarnos con teorías improbables y culpables sucesivos, quizá el asesino sea el que tenemos más cerca.

19 de abril de 2010

9 - Agencia de empleo Ceibal


Me gusta cuidar el recreo. Es una tarea a la que todos escapan. Hay que estar media hora, a veces con un frío inclemente, otras bajo un sol agobiante, caminando por el patio, vigilando a los chicos e intentando que no se lastimen o separando a los que pelean. Sin embargo, yo prefiero eso a estar intercambiando chismes encerradas en la salita de los maestros, y como las demás lo saben me piden para cambiarme sus turnos a cambio de algún favor o simplemente poniendo una excusa. Como resultado, yo soy la que con más frecuencia hago las rondas por el patio de la escuela.

Desde hace unos meses se ha formado un nuevo grupo: el de los niños que salen al recreo con sus XO y aprovechan esa media hora, en la cual no hay tanto uso del ancho de banda disponible, para bajar los archivos más pesados: música, fotos y videos. Muchas veces me acerco a ese grupo y lo que veo siempre me asombra, les cuento aquí algunos casos:

Un niño de cuarto año estaba armando un álbum de fotos: cuando vi que en una de ellas había una muchacha con vestido de novia, me contó que su prima no tenía dinero para el fotógrafo y él lo había hecho como regalo de boda de su familia. Ahora las estaba clasificando y retocando, encontró en Internet un programa para editar con formato de álbum profesional. Me lo podía imaginar, el día del casamiento, pidiendo a los invitados que posaran para la foto, y él parado delante, armado con su máquina verde y blanca.

Al ver en una pantalla un plano dibujado, Javier me contó que su padre es albañil: el niño le dibuja el plano de la habitación o casa que tiene que reformar, respetando las medidas, y lo usa para explicarles a los clientes más claramente el arreglo a realizar. Les lleva también el presupuesto hecho en la computadora e impreso prolijamente. Javier cuenta con orgullo que gracias a él su padre gana más dinero: es que con su ayuda ha evitado muchos malentendidos, y éstos siempre acarrean que los clientes no le quieran pagar todo su trabajo.

Ana también quiere contarme lo suyo: es una niña de quinto año, con una mirada inteligente y tranquila. Lleva las cuentas del almacén de su madre y todas las noches se sientan juntas un rato, pasan las ventas y las compras a proveedores, calculan la ganancia del día, y los fines de semana le dedican más tiempo y hacen la previsión de gastos e ingresos. Su madre le paga cien pesos al mes por esta ayuda y a fin de año se quiere comprar la bicicleta.

Me vuelvo a clase con una sonrisa, me cruzo con la maestra de quinto, que me dice al pasar: Sos masoquista vos, no entiendo cómo te puede gustar tanto cuidar el recreo...

14 de abril de 2010

8 - Yo sólo sé que no sé nada

La inspectora tuvo una de sus ideas innovadoras: para que los pequeños se familiarizaran con las computadoras aún antes de entrar a primer año, los más grandes vendrían una vez por semana a nuestra clase, y harían una sesión mixta implementando también el "uno a uno", o sea, un niño de primaria con su XO junto con a uno de jardinera, durante una hora y media.

La idea fue un éxito: todos los días al llegar, apenas soltaban la mano de sus madres, preguntaban ansiosos: “Maestra, ¿hoy vienen los grandes?”. Era la actividad que esperaban con más entusiasmo. Los privilegiados, los que tenían hermanos mayores en primaria, ya dominaban el eToys y el Turtle Art. El resto lo aprendía junto a su profesor improvisado, que con sus siete u ocho años se ponía rápidamente en el rol de mentor con una seriedad que no dejaba de sorprenderme.

Luego de la tercera o cuarta de estas sesiones, comencé a notar que Adriana, la maestra titular de jardinera, siempre parecía tener una excusa para no estar cuando tocaba “Intercambio preescolar Ceibal”, que era como la inspectora le había puesto a la actividad. Yo soy maestra auxiliar, no he cursado Magisterio, con lo cual la ayudo y apoyo pero ella es la responsable de la clase.

La primera vez tenía material que preparar, la segunda justo le tocaba reunión con la Directora, pero cuando a la tercera también se ausentó, ya no podía ser casualidad. En realidad su presencia no era necesaria, ya que me quedaba yo en la clase, y también la maestra de los niños que venían para el intercambio, pero me llamaba la atención no solamente el escaso interés que las reacciones de los niños le despertaban, sino que ni siquiera le interesara verlos trabajar y jugar. Al contrario, sentí que cada vez buscaba alguna excusa para escaparse y no estar cerca.

Al final se lo pregunté. Estábamos las dos en un raro momento de tranquilidad, armando las carpetas mientras los niños estaban en el recreo. Me miró y por unos momentos se quedó en silencio. Luego me respondió en voz baja y con la voz un poco irritada. Es verdad, me dijo, no quiero saber nada de eso. Siento que no voy a poder aprender, que no lograré estar a la altura y que niños de cinco años me preguntarán cómo se hace esto o aquello, y de darán cuenta enseguida de que no tengo ni idea, de que no puedo ayudarlos. ¿Te das cuenta?. Después de años de trabajar con ellos y pensar que conocía todas las respuestas, se darán cuenta enseguida de que no tengo ninguna para darles. Y no me digas que lo intente, siguió con voz cortante, adivinando justamente lo que yo pensaba hacer. No tienen derecho, a esta altura de mi vida y mi carrera, a meterme en este lío. Estoy demasiado cansada.

No me dejó decirle nada. No busqué más argumentos para intentar que Adriana cambiara de opinión. Supongo que habrá muchos más que no quieren sentarse a la sombra del ceibal, y no se podrá hacer nada para lograrlo.

2 de abril de 2010

7 - Super héroes


Mi preferido era el Clark Kent que no lo sabía, el de Smallville, que iba descubriendo sus poderes ayudado por Lana y era amigo de Lex Luthor. Mi madre me cuenta que la suya era la Mujer Maravilla, prolija secretaria administrativa de pelo recogido en un moño tirante y lentes de carey que se convertía en una poderosa heroína de shorts apretados y botas rojas. El rasgo en común de los dos, (y de todos los demás), era el ser anodinos e ignorados y hasta dar lástima en la vida normal, para luego destaparse sorprendiendo a todos.

Ramón es petiso para sus diez años. Siempre ha sido el primero de la fila. Es de los que parece que van a pedir permiso cada vez que quieren decir algo. Yo lo conozco del recreo, donde algunas veces charlamos un rato cuando lo encuentro tranquilo, sentado en el banco de madera, comiendo su pan con mermelada.

El día de la entrega, recibió su XO en silencio pero su mirada dijo todo lo necesario. La guardó muy despacio en su mochila y corrió el cierre. Me hizo recordar a una jovencita colocando un collar que le acaban de regalar, en una caja forrada de terciopelo y cerrándola con un apagado clic. Al día siguiente le pregunté qué había hecho con su computadora. Me miró desolado. Nada, me dijo. No funciona.

Averigué más datos para ver si podía ayudarlo, y era verdad, me dijo la de tercero, un grupo de las máquinas entregadas tenían un problema y al encenderlas la pantalla quedaba en negro, aparecía un mensaje de error y hasta ahí habían podido llegar. No pude hacer más ese día porque los jardineritos que tengo a cargo estaban más fatales que de costumbre. Me olvidé del episodio hasta que, una semana después, vi una escena sorprendente en el patio:

Seis niños y niñas de distintas edades, sentados en el piso de ladrillo con sus XO, rodeaban a Ramón. Le preguntaban cómo hacer esto o aquello, él le dedicaba un rato a cada uno y les explicaba con paciencia lo que necesitaban. Su maestra, la de cuarto, cuando vio que yo seguía mirándolos con interés, se me acercó y me comentó lo sucedido:

“ Unos treinta chicos tenían problemas en las máquinas entregadas y nadie lograba hacerlas funcionar. Los muchachos de Flor de Ceibo ya se habían ido y no sabíamos a quién recurrir. Ramón estaba en ese grupo, y por eso, cuando lo vi dos días después navegando y usando su máquina con normalidad, le pregunté qué había hecho. Llamé al call center, me dijo. Yo no lo podía creer. Se las arregló para averiguar el número adonde había que llamar al LATU para pedir soporte, desde un teléfono público se comunicó, logró explicarles el problema y le dieron la solución. Hizo funcionar su XO y enseñó a hacerlo a los demás. Desde ese momento, no lo detuvo nadie. Se convirtió en el “experto” y ayuda a sus compañeros y a quien lo necesite. Eso sí, la consulta es con costo, a peso por cabeza. Dice que con lo que junte se va a comprar un pendrive y y un teléfono celular. “

No hay caso, ya no hay superhéroes que trabajen por pura solidaridad. Se ha terminado el altruismo.

28 de marzo de 2010

6 - Las Naciones Desunidas


Hay veces en que nuestra escuela parece un campo de batalla. En realidad, no el campo en sí, donde quedan los soldados desparramados y comienzan a sobrevolar los que quieren obtener algo de todo ese desastre, sino lo que sucede cuando se define la estrategia de la contienda.

Suponiendo que la llegada de las XO se pudiera asimilar a la etapa de una guerra – que creo que se puede, porque tiene muchas similitudes: una situación nueva, amigos y enemigos, un desafío a cumplir que requiere orden, estrategia y eficacia, gente que quedará por el camino sin avanzar -, en cuanto el tema comenzó a anunciarse y supimos que era inevitable, comenzaron a definirse las posiciones:

El subdirector, totalmente negativo. Petiso y compadrito, en general su actitud es estar contra todo lo nuevo, y en particular contra la informática que en su opinión está acarreando más males de los que puede enumerar.

La directora, neutral. Temerosa del lío que se le venía encima, y sin atrever a negar su colaboración pero sin saber a qué se estaba exponiendo, su actitud era: hago la plancha pero sin que se note.

La inspectora, general en jefe del ejército ceibalense. Promotora, entusiasta, ayudando a vencer las dificultades logísticas, de infraestructura, y todo lo que pudiera venir a continuación.

Las maestras, que parece que se hubieran coordinado, se repartieron en bandos equitativos: las de primero, quinto y sexto, a favor y las otras tres en contra. Mi compañera Adriana y yo , que somos las de jardinera, no estamos involucradas porque a nuestros niños no les entregan las XO, así que nos convertimos en escuchas de quejas, temores y comentarios entusiastas.
O sea, más o menos como en un foro internacional de esos que salen en las noticias. Nos falta solamente el cartel que nos identifica, sentarnos detrás de un escaño de lujo en un sillón super pullman, y ganar miles de dólares por mes.

20 de marzo de 2010

5 - Casi Navidad


El día en que les dieron las computadoras a los niños fue la culminación de un proceso singular. Desde hacía varias semanas se respiraba inquietud. Los rumores lo invadían todo, rescato algunos de los más persistentes:

- Que no habría máquinas para todos y debido a esto se las darían solamente a los alumnos de conducta sobresaliente (argumento usado por algunas maestras en un inútil intento de frenar el nerviosismo que no dejaba estar quietos a los niños).
- Que las computadoras que entregaban habían sido desechadas por otros países europeos, porque no servían, eran inútiles y en poco tiempo estarían obsoletas, por lo que no valía la pena ni aprender a usarlas (sospecho que el principal foco de este rumor era el subdirector, enémigo acérrimo del Plan Ceibal, del presidente Tabaré y de los sindicalistas).
- Que a los niños a los que dieran XO les quitarían el acceso al Plan de Emergencia (esto causó que un grupo de madres indignadas asegurara que no aceptarían que se entregara la computadora a sus hijos, le costó mucho a la directora convencerlas de lo contrario).

Como nuestra escuela es pequeña, se programó toda la entrega en el mismo día. Me ha comentado Nacho que se están repartiendo mil doscientas máquinas por día, o sea que lo nuestro fue apenas una migaja de ese pastel.

Fue hace varios meses, pero recuerdo algunos detalles con mucha precisión. Desde una furgoneta amarilla los voluntarios comenzaron la descarga de cajas. En el patio se habían dispuesto seis grandes tablas sobre caballetes, de modo que delante de cada una de ellas se ubicaran en fila los niños con su maestra.

Con una eficiencia militar, tres voluntarios se ubicaron detrás de cada mesa, y mientras uno registraba los datos de la cédula de cada niño, el segundo abría la caja, verificaba el contenido y colocaba la batería, para terminar la entrega asociando la cédula del niño con el número de serie de la máquina. Teniendo en cuenta el hormigueo imperante en las semanas anteriores, todo el proceso transcurrió con una calma asombrosa.

La actitudes de los niños al recibir su XO eran muy diferentes: Antonio la miró con calma, casi con indiferencia, y la guardó en su mochila como si fuera un juguete más. Laura no pudo contener una sonrisa triunfadora, como si hasta último momento hubiera dudado de que realmente le tocaría a ella, y Miguel, apenas se la entregaron, comenzó a observar cada detalle de la máquina con devoción.

Esa tarde en el recreo tuvimos, luego de sortear a los pocos privilegiados que podían enchufarlas, cumbias a todo volumen bajo el alero, sesión de fotos de las plantas del jardín para los de tercero, que estudiaban la fotosíntesis, y filmación de los renacuajos de la pecera de quinto para la clase abierta de ciencias biológicas.

15 de marzo de 2010

4 - Flor de Nacho


Nacho es uno de los voluntarios de Flor de Ceibo, un proyecto mediante el cual la Universidad colabora con la implementación del Plan Ceibal. Una tarde con viento, yo estaba cuidando el recreo, sentada en el muro del patio, y se me volaron un par de hojas a pesar de que había intentado sujetarlas apoyando el termo encima. Él estaba fumando y conversando con otros de su grupo y salió corriendo, las recogió y me las alcanzó.

Así fue que empezamos a conversar. Me confesó que hacía días que estaba intrigado por saber qué escribía yo en esas hojas, y yo no le conté que también me intrigaba saber qué pensaban ellos, estudiantes universitarios de Montevideo, de lo que veían en esta pequeña escuela de pueblo.

Tampoco le dije esa primera vez que lo que escribía eran frases sueltas e ideas relacionadas con el Plan Ceibal. A pesar de que soy ayudante de la maestra de jardinera, y los niños de mi grupo, de cinco años, no están incluidos en el Plan hasta que entran a la escuela primaria, las conversaciones, idas y venidas, discusiones y todo lo relacionado con el proyecto me había atrapado.

Quizá como no me vi obligada a aprender a las corridas y por obligación a manejar la XO no estoy tan en contra como algunas maestras. Tampoco estoy con los exagerados que dicen que ahora sí que está todo solucionado y salvaremos la famosa “brecha digital”.
Puede ser que como todavía no sé qué voy a estudiar (ya que mi trabajo de ayudante en esta escuela para mí es algo transitorio), pero estoy segura de que Internet y la tecnología formarán inevitablemente parte de ello, me interesa seguir de cerca el tema. Y la manía de escribir en servilletas, hojas sueltas o libretas la tengo desde chica.

Esa tarde no se lo conté, pero sí más adelante. Pero esta historia no forma parte de este blog todavía.

Nacho fue quien tuvo la idea de hacerlo. Me dijo que él me ayudaría, que yo solamente le enviara lo que escribiera, por mail desde el cyber café del pueblo y él se encargaba de todo. De armarlo, de publicar los textos y también me enseñaría a responder los comentarios de los que lo leyeran y quisieran participar.
La primera vez que me envió el acceso web, hice click y vi el blog publicado en Internet, me quedé inmóvil, con una sensación irreal. Fue parecido a cuando leí un cuento mío en la fiesta de fin de año de la escuela. Yo tenía ocho años, había escrito no sé qué acerca de lo que había pasado ese año, a mi maestra le gustó y me pidió que lo leyera delante de todos. Las rodillas me temblaron cuando subí a la tarima de madera, mi voz parecía otra cuando hablé por el micrófono. Al terminar, aplaudieron todos, sonrieron la mayoría, y mi estómago dejó de tener una losa encima y se convirtió en un globo que de desinflaba lentamente mientras yo me dirigía hacia mi sitio entre mis compañeros.
Son esas sensaciones extrañas, mezcla de incredulidad y logro conseguido. Las pequeñas cosas. Las historias mínimas que hacen que valga la pena lo demás.

12 de marzo de 2010

3 - Dulces sueños


Algunos padres no saben cuán a menudo los niños son transparentes. Cuando una madre intenta contarme una penosa situación familiar, balbuceando y mirando hacia otro lado, siento la tentación de decirle que no se preocupe, que su hijo de cinco años ya me lo ha contado de varias maneras diferentes. Con palabras o sin ellas.

A los chicos de esa edad se les pide que se dibujen a ellos mismos y a su familia. De acuerdo a cómo representan la figura humana, se ve la evolución de su madurez a lo largo del curso, y cómo van incorporando elementos y haciendo cada vez más completa su imagen de las personas.

Revisando una serie que habían hecho los de cinco años, me llamó la atención el trabajo de Tomás. Los había dibujado durmiendo, lo que no es habitual. Toda la familia en la misma habitación, los padres en una cama y los cuatro niños en otra. Su mamá, cuya figura era mayor a la del resto de la familia, parecía flotar sobre todos, ya que estaba elevada sobre la superficie de la cama. Sin embargo, yo que la veía a diario porque traía a sus tres hijos menores a la escuela, me había fijado en que caminaba sin levantar casi los pies del suelo, como si cada paso le costara un esfuerzo mayor a las fuerzas que le restaban.

Otro detalle me dejó intrigada al seguir observando el dibujo de Tomás.

Una voz ansiosa preguntó: - ¿Está lindo? - No me había dado cuenta de que el niño estaba a mi lado.

- Claro que sí. - le respondí. - Me gusta mucho. Pero quiero preguntarte algo que no entiendo. -

Tomás me miró, creo que algo arrepentido de haberse detenido, al ver que los demás chicos salían a toda velocidad hacia el patio del recreo.

- Aquí, en la cama con tus hermanos, veo que tú estás durmiendo con tu oso de peluche, no?
- Sí, siempre duermo con Camilo.
- Éste de acá, ¿quién es? - volví a preguntar, señalando una figura, un poco más grande que la de Tomás.
- Es mi hermano Rubén.-
- ¿Y qué es lo que tiene agarrado?

Era un objeto de forma regular, pintado de blanco y verde.

- La XO – me responde Tomás.
- ¿Duerme con ella?
- Siempre.
- ¿Tanto cariño le tiene?
- Bueno, eso también. Pero es que tiene miedo de que el Oscar se la robe. Es mi hermano más grande - me explica con paciencia. - Papá lo rezonga siempre, pero ni caso le hace. Vende todo lo que puede, para comprar pasta base. Por eso es que la cuida, hasta de noche, y no la suelta nunca. -

Como vio que yo me quedaba en silencio y no preguntaba más, aprovechó para salir coriendo al recreo. Y yo entendí los pasos cansinos y la mirada opaca de la madre de Tomás.

10 de marzo de 2010

2 - Como en la tele


Cuando estaba cursando el último año de primaria, nos llevaron a conocer el estudio donde se grababan las noticias de Canal 5. Yo vivía en ese momento en Montevideo, iba a la escuela Simón Bolívar y tenía una maestra que creía en el “ver para aprender”. Lo que más me impactó de aquella visita fue descubrir lo que no se ve en la pantalla.
En el centro del espacio iluminado por los reflectores, tras un escritorio de cármica roja, la presentadora hablaba mirando un punto fijo delante suyo, consultando rápidamente sus notas cada tanto. En el cuello tenía anudado un pañuelo amarillo. Sentado a su lado, su compañero la observaba sonriente. Era delgado y tenía un gran bigote. Cuando fue su turno, me pareció mentira que tuviera una voz tan potente.
Sin embargo, la magia terminaba en cada corte para publicidad. Una chica apurada y nerviosa venía a retocarle el maquillaje a ella y a acomodarle la corbata a él. Cuando se pusieron de pie para estirar las piernas, mi desilusión fue tremenda: contrastando con la elegancia de sus camisas y chaquetas, ambos estaban de vaqueros y championes. Por fuera del círculo mágico, las paredes del galpón donde funcionaba el estudio chorreaban humedad, en el espacio donde los focos no irradiaban luz hacía frío y había restos de escenografías viejas tiradas en los rincones.

Hace pocos días en la escuela, iba caminando por el corredor rumbo al salón de mi clase de jardinera. Pasé frente a una puerta abierta y algo me llamó la atención. Quizá un silencio no habitual, no lo sé. Miré hacia adentro y había unos quince niños frente a sus máquinas verdes y blancas, solos en la clase. Lo único que quebraba una inmovilidad casi total era el desplazamiento de los dedos sobre el teclado. No se dieron cuenta de que me había detenido en la puerta a observarlos.
Ojalá me hubiera llevado esta imagen. Pero como aquella vez en el esudio de grabación, no me quedé solamente con el espacio iluminado por los reflectores. También observé lo otro. Las paredes descascaradas y el borde donde el techo de chapa dejaba ver un pedazo de azul. El suelo gris de material poroso y desgranado, en una de cuyas esquinas crecían varios yuyos. La mesa de la maestra, con una pata rota y los pupitres de los chicos todos rayados con birome. La pintura de la pared que hacía las veces de pizarrón, y que en algún momento fue negra, ahora lucía un gris sucio.
El resplandor de las pantallas de las XO sólo iluminaba las caras de los niños, no alcanzaba para el resto.



5 de marzo de 2010

1 - Niños como pájaros


El pueblo donde vivo ha cambiado desde que entregaron las primeras XO, en julio del año pasado. Y no solamente en lo que parece obvio: la experiencia de los niños, lo que viven las maestras, o cómo modificarán las computadoras la forma de enseñar y aprender. De esto también se ocupan estudios, expertos e investigadores.

Lo que yo les cuento es lo que puede ver cualquiera que camina por la calle y no ande mirando para abajo . A las horas más insólitas y en los lugares menos pensados uno se encuentra con grupos de tres o cuatro niños, juntas las cabezas, fijas las miradas en la pantalla. O sentados cerca pero cada una en la suya. Y cuando digo los lugares menos pensados, es de verdad. Van a la caza de la conexión. No buscan un tesoro siguiendo un mapa con líneas punteadas y una cruz en el lugar del cofre escondido, sino que rastrean las variaciones del ancho de banda. Y el afortunado que logra mantener el acceso a Internet a una velocidad razonable, da el grito de aviso (si es generoso), o se queda solo disfrutando el botín.

Ayer estaba en la panadería esperando que me entregaran las galletas marinas que siempre compro de tarde, a la salida de la escuela, y entró la Yolanda, arrastrando las pantuflas y murmurando unas palabras por lo bajo. La panadera le preguntó atentamente:

- ¿Qué hay, algún problema?
- Lo que hay que ver, antes los niños nos trepábamos también, pero para divertirnos nomás. - contestó con voz quejosa.

Desde la ventana abierta de la panadería, vimos la escena: sentado en la rama más alta de un gran paraíso, un niño de unos ocho años con los pies colgando hacia abajo, concentrado en teclear su XO. Dos más subiéndose, con las mochilas en la espalda , mirando atentamente la rama que pudiera ofrecerles más comodidad,. Al pie del árbol iban llegando más niños, a los que una rubia de trenzas les iba explicando que David había encontrado el mejor lugar del pueblo para conectarse y les indicaba que se pusieran en la fila.

Entre el follaje verde, las manchas blancas no eran flores, sino túnicas y computadoras.