2 de abril de 2010

7 - Super héroes


Mi preferido era el Clark Kent que no lo sabía, el de Smallville, que iba descubriendo sus poderes ayudado por Lana y era amigo de Lex Luthor. Mi madre me cuenta que la suya era la Mujer Maravilla, prolija secretaria administrativa de pelo recogido en un moño tirante y lentes de carey que se convertía en una poderosa heroína de shorts apretados y botas rojas. El rasgo en común de los dos, (y de todos los demás), era el ser anodinos e ignorados y hasta dar lástima en la vida normal, para luego destaparse sorprendiendo a todos.

Ramón es petiso para sus diez años. Siempre ha sido el primero de la fila. Es de los que parece que van a pedir permiso cada vez que quieren decir algo. Yo lo conozco del recreo, donde algunas veces charlamos un rato cuando lo encuentro tranquilo, sentado en el banco de madera, comiendo su pan con mermelada.

El día de la entrega, recibió su XO en silencio pero su mirada dijo todo lo necesario. La guardó muy despacio en su mochila y corrió el cierre. Me hizo recordar a una jovencita colocando un collar que le acaban de regalar, en una caja forrada de terciopelo y cerrándola con un apagado clic. Al día siguiente le pregunté qué había hecho con su computadora. Me miró desolado. Nada, me dijo. No funciona.

Averigué más datos para ver si podía ayudarlo, y era verdad, me dijo la de tercero, un grupo de las máquinas entregadas tenían un problema y al encenderlas la pantalla quedaba en negro, aparecía un mensaje de error y hasta ahí habían podido llegar. No pude hacer más ese día porque los jardineritos que tengo a cargo estaban más fatales que de costumbre. Me olvidé del episodio hasta que, una semana después, vi una escena sorprendente en el patio:

Seis niños y niñas de distintas edades, sentados en el piso de ladrillo con sus XO, rodeaban a Ramón. Le preguntaban cómo hacer esto o aquello, él le dedicaba un rato a cada uno y les explicaba con paciencia lo que necesitaban. Su maestra, la de cuarto, cuando vio que yo seguía mirándolos con interés, se me acercó y me comentó lo sucedido:

“ Unos treinta chicos tenían problemas en las máquinas entregadas y nadie lograba hacerlas funcionar. Los muchachos de Flor de Ceibo ya se habían ido y no sabíamos a quién recurrir. Ramón estaba en ese grupo, y por eso, cuando lo vi dos días después navegando y usando su máquina con normalidad, le pregunté qué había hecho. Llamé al call center, me dijo. Yo no lo podía creer. Se las arregló para averiguar el número adonde había que llamar al LATU para pedir soporte, desde un teléfono público se comunicó, logró explicarles el problema y le dieron la solución. Hizo funcionar su XO y enseñó a hacerlo a los demás. Desde ese momento, no lo detuvo nadie. Se convirtió en el “experto” y ayuda a sus compañeros y a quien lo necesite. Eso sí, la consulta es con costo, a peso por cabeza. Dice que con lo que junte se va a comprar un pendrive y y un teléfono celular. “

No hay caso, ya no hay superhéroes que trabajen por pura solidaridad. Se ha terminado el altruismo.

1 comentario:

  1. Bien por el Ceibal que despliega las capacidades de los niños. Este episodio lo refleja perfectamente...

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