1 de mayo de 2010

11 - Contactos norte sur

Hace unos días escuché por la radio que un grupo de técnicos uruguayos estaba trabajando en un programa informático que permitiría a niños y adultos aprender inglés mediante la computadora. Y que en poco tiempo comenzarían a distribuirlos junto con las máquinas del Ceibal.

Esto me trajo enseguida el recuerdo de los investigadores suecos. Quizá si hubiéramos tenido esos programas disponibles antes de que vinieran, esa mañana hubiera sido bastante diferente.

Llegaron de sorpresa. A primera hora de la mañana, cuando recién había comenzado a repartir las hojas a los niños para que comenzaran a dibujar, se presentó la directora en la puerta de la clase, con cara de preocupación. Así nomás, sin preámbuos, me pregunta si sé hablar inglés. Lo que aprendí en el liceo, le respondo. Bien, eso servirá. De todos modos, lo tendrás más fresco porque sos la que terminó el liceo hace menos años. Me hizo señas para que la siguiera hasta la dirección. En el camino me comentó que habían llegado con la inspectora dos investigadores suecos que querían hacernos preguntas con respecto a nuestra experiencia con las XO. No me habían avisado antes, agregó con evidente molestia, así que ahora te pido que hagas lo que puedas para ayudar.

Cuando llegamos allí estaba la inspectora con un hombre y una mujer, los tres de pie y sonriendo. Rápidamente organizaron la actividad: la que llevaba la voz cantante era la rubia veterana, de unos cincuenta años, pelo casi blanco largo y suelto por la espalda y la actitud de quien está acostumbrada a que la obedezcan. Las tres mujeres se quedarían reunidas en la sala de dirección y yo acompañaría en una recorrida por la escuela al hombre: era bajo, delgado, sonreía todo el tiempo, y tenía una especie de celular grande y rectangular donde anotaba todo con un lapicito del tamaño de un cigarrillo. Sabía hablar algo de español, con una pronunciación que hacía que tuviera que esforzarme mucho para captar lo que decía, pero según su compañera lo entendía bien con lo cual yo solamente tendría que hacer las preguntas, no era necesario traducir las respuestas.

Me dieron una lista (en español, por suerte...) con lo que tenía que consultar a cada maestra y comenzamos la recorrida por las clases. Fue una experiencia muy extraña: yo preguntaba, intentaba que las respuestas fueran lentas y claras y el investigador sueco anotaba con su palito marcando las teclas de su instrumento a una velocidad supersónica. Sonreía todo el tiempo, a los niños, a las maestras, a mí, a todo el mundo. Decía: thank you, very much, y buenos días, acentuando las eses de una forma que hacía que los niños se murieran de risa. Las preguntas tenían que ver con el uso que dábamos a las XO, tanto en la escuela como en casa, y la mayoría de las respuestas eran cifras: cuántas horas las usábamos en clase, cuántos niños, cuántas tareas, cuántos hermanos las usaban en casa, etc, etc.

Lo poco que yo conocía de Suecia era: el sol de medianoche, los renos, el frío y los pinos de Navidad, lo cálidos que habían sido al recibir a los refugiados políticos que tuvieron que huir de Uruguay en la dictadora (esto me lo contaba siempre mi padre) y Pippi medias largas. Que no sé en realidad si es de Suecia o de algún país cercano, pero fue mi heroína de la infancia entre los seis y los nueve años.
Me dieron ganas de preguntarle qué sabía él de Uruguay antes de venir aquí. Y qué es lo que había averiguado de nosotros con tanta pregunta y tanto numerito anotado en su pequeña pantalla. Como me dieron su tarjeta antes de irse, muy apurados en un auto azul que los esperó en la puerta durante las dos horas que duró la visita, me he prometido que cuando sepa más inglés, y cuando tenga mi propia computadora, les escribiré un mail. Para que me digan cuál fue su experiencia esa mañana de abril, en un pueblo de nuestro país, donde preguntaron tantas cosas.

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