14 de abril de 2010

8 - Yo sólo sé que no sé nada

La inspectora tuvo una de sus ideas innovadoras: para que los pequeños se familiarizaran con las computadoras aún antes de entrar a primer año, los más grandes vendrían una vez por semana a nuestra clase, y harían una sesión mixta implementando también el "uno a uno", o sea, un niño de primaria con su XO junto con a uno de jardinera, durante una hora y media.

La idea fue un éxito: todos los días al llegar, apenas soltaban la mano de sus madres, preguntaban ansiosos: “Maestra, ¿hoy vienen los grandes?”. Era la actividad que esperaban con más entusiasmo. Los privilegiados, los que tenían hermanos mayores en primaria, ya dominaban el eToys y el Turtle Art. El resto lo aprendía junto a su profesor improvisado, que con sus siete u ocho años se ponía rápidamente en el rol de mentor con una seriedad que no dejaba de sorprenderme.

Luego de la tercera o cuarta de estas sesiones, comencé a notar que Adriana, la maestra titular de jardinera, siempre parecía tener una excusa para no estar cuando tocaba “Intercambio preescolar Ceibal”, que era como la inspectora le había puesto a la actividad. Yo soy maestra auxiliar, no he cursado Magisterio, con lo cual la ayudo y apoyo pero ella es la responsable de la clase.

La primera vez tenía material que preparar, la segunda justo le tocaba reunión con la Directora, pero cuando a la tercera también se ausentó, ya no podía ser casualidad. En realidad su presencia no era necesaria, ya que me quedaba yo en la clase, y también la maestra de los niños que venían para el intercambio, pero me llamaba la atención no solamente el escaso interés que las reacciones de los niños le despertaban, sino que ni siquiera le interesara verlos trabajar y jugar. Al contrario, sentí que cada vez buscaba alguna excusa para escaparse y no estar cerca.

Al final se lo pregunté. Estábamos las dos en un raro momento de tranquilidad, armando las carpetas mientras los niños estaban en el recreo. Me miró y por unos momentos se quedó en silencio. Luego me respondió en voz baja y con la voz un poco irritada. Es verdad, me dijo, no quiero saber nada de eso. Siento que no voy a poder aprender, que no lograré estar a la altura y que niños de cinco años me preguntarán cómo se hace esto o aquello, y de darán cuenta enseguida de que no tengo ni idea, de que no puedo ayudarlos. ¿Te das cuenta?. Después de años de trabajar con ellos y pensar que conocía todas las respuestas, se darán cuenta enseguida de que no tengo ninguna para darles. Y no me digas que lo intente, siguió con voz cortante, adivinando justamente lo que yo pensaba hacer. No tienen derecho, a esta altura de mi vida y mi carrera, a meterme en este lío. Estoy demasiado cansada.

No me dejó decirle nada. No busqué más argumentos para intentar que Adriana cambiara de opinión. Supongo que habrá muchos más que no quieren sentarse a la sombra del ceibal, y no se podrá hacer nada para lograrlo.

6 comentarios:

  1. holis me gusto lo q´ está escrito en ese cuento!

    Bsssssssssssssssssssssssssssssssssss.................

    Romy!!!

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  2. hola.Me encantó el blog. Empecé a leer los cuentos y no pude parar hasta terminar. Me encanta la forma tan natural como los escribís. Yo también soy maestra pero todavía no nos llegó la sombra del ceibal,pienso que las experiencias serán similares, después comento. Gracias por tu aporte.

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  3. ¡Gracias! Tu comentario significa mucho para mí. Un abrazo y suerte.

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  4. a mi me parece que son muchos los adultos que les pasa esto: se inhiben ante la tecnología actual. Ellos necesitan ayuda y estímulo para incorporarla a sus vidas.

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  5. Sus cuentos muestran un realismo y sensibilidad que denotan vivencias...
    Gracias por los aportes de la nueva realidad del Ceibal...

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  6. Creo que es una de las actitudes más frecuentes en los padres... Muchas veces rechazamos algo nuevo, de primera, y después vemos qué tal. Es difícil cambiar la mentalidad de la gente, pero creo que el Ceibal está ayudando a hacerlo.

    Gracias!

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