10 de marzo de 2010

2 - Como en la tele


Cuando estaba cursando el último año de primaria, nos llevaron a conocer el estudio donde se grababan las noticias de Canal 5. Yo vivía en ese momento en Montevideo, iba a la escuela Simón Bolívar y tenía una maestra que creía en el “ver para aprender”. Lo que más me impactó de aquella visita fue descubrir lo que no se ve en la pantalla.
En el centro del espacio iluminado por los reflectores, tras un escritorio de cármica roja, la presentadora hablaba mirando un punto fijo delante suyo, consultando rápidamente sus notas cada tanto. En el cuello tenía anudado un pañuelo amarillo. Sentado a su lado, su compañero la observaba sonriente. Era delgado y tenía un gran bigote. Cuando fue su turno, me pareció mentira que tuviera una voz tan potente.
Sin embargo, la magia terminaba en cada corte para publicidad. Una chica apurada y nerviosa venía a retocarle el maquillaje a ella y a acomodarle la corbata a él. Cuando se pusieron de pie para estirar las piernas, mi desilusión fue tremenda: contrastando con la elegancia de sus camisas y chaquetas, ambos estaban de vaqueros y championes. Por fuera del círculo mágico, las paredes del galpón donde funcionaba el estudio chorreaban humedad, en el espacio donde los focos no irradiaban luz hacía frío y había restos de escenografías viejas tiradas en los rincones.

Hace pocos días en la escuela, iba caminando por el corredor rumbo al salón de mi clase de jardinera. Pasé frente a una puerta abierta y algo me llamó la atención. Quizá un silencio no habitual, no lo sé. Miré hacia adentro y había unos quince niños frente a sus máquinas verdes y blancas, solos en la clase. Lo único que quebraba una inmovilidad casi total era el desplazamiento de los dedos sobre el teclado. No se dieron cuenta de que me había detenido en la puerta a observarlos.
Ojalá me hubiera llevado esta imagen. Pero como aquella vez en el esudio de grabación, no me quedé solamente con el espacio iluminado por los reflectores. También observé lo otro. Las paredes descascaradas y el borde donde el techo de chapa dejaba ver un pedazo de azul. El suelo gris de material poroso y desgranado, en una de cuyas esquinas crecían varios yuyos. La mesa de la maestra, con una pata rota y los pupitres de los chicos todos rayados con birome. La pintura de la pared que hacía las veces de pizarrón, y que en algún momento fue negra, ahora lucía un gris sucio.
El resplandor de las pantallas de las XO sólo iluminaba las caras de los niños, no alcanzaba para el resto.



No hay comentarios:

Publicar un comentario