4 de mayo de 2010

12 - La clase obrera va al paraíso

El gran árbol que está frente a la panadería es la “milla de oro” del pueblo. He leído que llaman así en otras ciudades a la calle donde se ubican las tiendas más prestigiosas y caras y por lo tanto se paga mucho más por el metro cuadrado de alquiler. Verdaderas fortunas, en lugares como París, Madrid o Londres.

Por razones complicadas que podría explicar un ingeniero en telecomunicaciones, y que no intento siquiera entender, es el sitio en el que se puede navegar mejor por Internet, a cualquier hora del día. La semilla que dio origen a ese paraíso habrá germinado allí quizá por accidente, quizá por la previsión de algún vecino agobiado por el sol cruel de enero. Lo que es irrefutable, es que nunca se imaginó que iba a ser tan codiciado. El lugar que le sigue en orden de conexión eficiente es la escuela, lo que tiene su lógica porque allí están instalados los servidores y demás máquinas necesarias.

Cerca del pueblo hay tres estancias. Los dueños pasan veloces en sus camionetas enormes, a veces paran a comprar algo en el almacén (pocas cosas, porque la mayoría las traen de Montevideo), cargan nafta en la estación de servicio y arrancan haciendo ruido. Un poco más lejos, a unos cien kilómetros, está el campo del Cerro Chico. A ese estanciero se lo conoce más, saluda cuando baja del coche, ha hecho donaciones para la escuela y a veces se toma un vino en el bar. En ocasiones trae su computadora portátil, estaciona su coche en la calle de la escuela y sentado en el asiento delantero, teclea sin descanso. Parece que en su casco tiene problemas con la conexión por modem y que en los alrededores de la escuela funciona mucho mejor. Los chicos se codean al pasar, tentados de risa porque los lentes se le van deslizando hasta la punta de la nariz, y se quedan allí en un equilibrio precario. Por todo esto, me sorprendió un poco lo que sucedió antes de ayer.

Yo salía de la escuela y, como tantas veces, vi la camioneta del estanciero estacionada. El no estaba dentro, y lo vi caminando algunos metros delante mío. Yo iba a la panadería a buscar mis galletas marinas de siempre, y llegamos casi juntos. El dobló a la izquierda, con rumbo al paraíso. El intercambio que pude escuchar fue más o menos así:

- Hola chicos, ¿me hacen un lugar que necesito conectarme?

Silencio y miradas al principio tímidas.

- Sólo un rato, es que en la escuela está imposible, no pude lograrlo y tengo algo urgente –

Una voz desde la profundidad del follaje se atrevió:

- No tenemos más lugar, y hay lista de espera. Si quiere, tiene que anotarse y lo llamamos cuando le toque.-

Su primer impulso fue reírse. Pero al observar a los de abajo, que envalentonados por la voz anónima cerraron filas y se miraron asintiendo, se dio cuenta que iba en serio. Dudó un instante, pero terminó bajando la cabeza, cerrando su portátil (que ya había abierto para comenzar a trabajar) y antes de darse vuelva para volver a su coche, dijo:

- Bueno, ya veo, la próxima vez reservaré con más antelación.

Y se fue calle abajo.

2 comentarios:

  1. Amiga, a mi me pasó algo parecido. Estacioné mi auto frente a una escuela y me puse a trabajar. Pero al rato, fui interceptado por el guardián de la interné y no pude trabajar más. Bajé del auto y les pregunté a los niños que seguían conectados si ellos podían navegar. Me miraron con aire socarrón y casi ni me contestaron. Estaban muy ocupados con lo suyo.
    Así que volví al auto, un poco frustrado porque evidentemente no podía colgarme más. Por suerte, ahora mi modem ha mejorado su capacidad y ya no debo ir al frente de la escuela para conectarme a internet.
    Pero fue sin duda, una linda experiencia.

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  2. Hola, así que el de mi historia no era el único que aprovecha el ancho de banda, para conectarse "a la sombra del ceibal" :)

    Gracias por tu comentario!

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