Muchos padres y maestras tienen temor de que jugar al Doom incite a los chicos a ser más violentos. Es un juego muy popular. Está disponible en Internet, hay monstruos, demonios y extraterrestres, hay que matar enemigos y se van perdiendo vidas, con el esquema clásico de este tipo de videojuegos. Al recibir las XO, casi todos los niños incursionan en él. Algunos se aburren rápido, otros se convierten en casi adictos.
Yo podría compartir esa inquietud. Después de todo, es imposible no enterarse de que hoy en día un muchacho es capaz de publicar orgulloso su foto en Internet luciendo un cuchillo entre los dientes y luego apuñalar con saña a otro de quince años a la salida de un partido de basketball. Y cada tanto conocemos que en algún instituto de secundaria, un joven liquidó a tiros a varios de sus profesores y compañeros de clase, por razones que en la mayoría de los casos no se llegan a conocer. También sabemos que existen bandas de liceales que cuando se juntan y ven pasar a otro de una banda rival, lo agreden solamente por atreverse a pasar frente a ellos. Lo peor de todo es que dos de estos hechos, suceden aquí nomás, en la capital más al sur del país en un caso, en la que esta más al norte, en el otro, y que entre esas dos ciudades, aparecen chicos golpeados a la salida de las discotecas o luego de partidos de fútbol.
Los principales acusados de esta epidemia: la televisión primero, últimamente los videojuegos, y como éstos se pueden acceder teniendo una conexión a la web, pues ya tenemos el veredicto: Internet fomenta la violencia. Y las XO permiten a los niños conectarse, o sea que por propiedad transitiva, ya está instalada la asociación.
A primera vista, parece legítimo este miedo. Cualquier elemento que pueda fomentar estas actitudes debería ser estudiado con atención. Sin embargo, observando a mis niños de cinco, quiero compartir con ustedes mis propias asociaciones. Esto que les cuento ha sucedido en los últimos quince días:
Una tarde cualquiera en el patio. Un llanto desgarrador me hace mirar hacia donde está Mary (cuatro años, delantal a cuadros embarrado) rodeada por dos decididos colegas de juego. Me acerco a intentar resolver el conflicto. Al preguntar qué pasa, el mayor de los dos (Emilio, cinco años, organizador nato) se defiende:
Yo podría compartir esa inquietud. Después de todo, es imposible no enterarse de que hoy en día un muchacho es capaz de publicar orgulloso su foto en Internet luciendo un cuchillo entre los dientes y luego apuñalar con saña a otro de quince años a la salida de un partido de basketball. Y cada tanto conocemos que en algún instituto de secundaria, un joven liquidó a tiros a varios de sus profesores y compañeros de clase, por razones que en la mayoría de los casos no se llegan a conocer. También sabemos que existen bandas de liceales que cuando se juntan y ven pasar a otro de una banda rival, lo agreden solamente por atreverse a pasar frente a ellos. Lo peor de todo es que dos de estos hechos, suceden aquí nomás, en la capital más al sur del país en un caso, en la que esta más al norte, en el otro, y que entre esas dos ciudades, aparecen chicos golpeados a la salida de las discotecas o luego de partidos de fútbol.
Los principales acusados de esta epidemia: la televisión primero, últimamente los videojuegos, y como éstos se pueden acceder teniendo una conexión a la web, pues ya tenemos el veredicto: Internet fomenta la violencia. Y las XO permiten a los niños conectarse, o sea que por propiedad transitiva, ya está instalada la asociación.
A primera vista, parece legítimo este miedo. Cualquier elemento que pueda fomentar estas actitudes debería ser estudiado con atención. Sin embargo, observando a mis niños de cinco, quiero compartir con ustedes mis propias asociaciones. Esto que les cuento ha sucedido en los últimos quince días:
Una tarde cualquiera en el patio. Un llanto desgarrador me hace mirar hacia donde está Mary (cuatro años, delantal a cuadros embarrado) rodeada por dos decididos colegas de juego. Me acerco a intentar resolver el conflicto. Al preguntar qué pasa, el mayor de los dos (Emilio, cinco años, organizador nato) se defiende:
Nada, maestra, es solamente que no quiere jugar. Al preguntar a qué juegan, la respuesta es: primero, a que es nuestra prisionera y después la matamos. Pero no quiso, y entonces solamente a que la dejamos paralítica y no puede mover las piernas ni los brazos. Y a eso tampoco quiere, maestra.. no quiere hacer nada...
Ella sigue llorando, mostrando claramente que tampoco le gusta la segunda variante.
Unos días después, en clase, a Walter se le cae el vaso de acuarela en la hoja blanca donde está dibujando. Levanta su silla (es un niño fuerte y robusto), la golpea contra la mesa tres veces antes de que lleguemos a detenerlo. Totalmente fuera de control , se revuelve como una lombriz. Cuando logramos tranquilizarlo e intentamos hablar con él, me dice con naturalidad: Es lo mismo que hace papá cuando algo le sale mal.
El último episodio que les cuento: les habíamos pedido a los chicos que trajeran cinco hormigas dentro de un frasco de vidrio para observarlas. Luis no las trajo, y cuando le pregunté el motivo me respondió: mamá tenía que mirar algo en la tele ayer, y cuando está mirando no puedo hablarle ni pedirle nada. Yo había juntado las hormigas, pero ella no me dio el frasco. Pero mañana las traigo, maestra, prometido...
Me cuenta mi padre que mi abuelo jugaba con soldaditos de plomo a que eran cowboys que mataban a los indios sioux. Y que él , luego de ver su serie favorita en la televisión, hacía de astronauta galáctico que eliminaba a los extraterrestres invasores, con los muñecos y espadas de plástico. Los chicos de ahora juegan en Internet a que terminan con sus enemigos con un joystick. Lo que es diferente es el instrumento, no el fin.
Creo que lo que ha cambiado es otra cosa, que no sé si puedo explicar bien: el poco tiempo que los padres pueden dedicar a sus hijos, la frustración por querer más de lo que está al alcance (esa realidad dorada que nos muestra la televisión), la impotencia de los que no consiguen trabajo, de los que se sienten excluidos de todo.
Como es más fácil buscar culpables ajenos, está el Doom. Pero como en las mediocres novelas policiales, luego de despistarnos con teorías improbables y culpables sucesivos, quizá el asesino sea el que tenemos más cerca.
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