Nacho es uno de los voluntarios de Flor de Ceibo, un proyecto mediante el cual la Universidad colabora con la implementación del Plan Ceibal. Una tarde con viento, yo estaba cuidando el recreo, sentada en el muro del patio, y se me volaron un par de hojas a pesar de que había intentado sujetarlas apoyando el termo encima. Él estaba fumando y conversando con otros de su grupo y salió corriendo, las recogió y me las alcanzó.
Así fue que empezamos a conversar. Me confesó que hacía días que estaba intrigado por saber qué escribía yo en esas hojas, y yo no le conté que también me intrigaba saber qué pensaban ellos, estudiantes universitarios de Montevideo, de lo que veían en esta pequeña escuela de pueblo.
Tampoco le dije esa primera vez que lo que escribía eran frases sueltas e ideas relacionadas con el Plan Ceibal. A pesar de que soy ayudante de la maestra de jardinera, y los niños de mi grupo, de cinco años, no están incluidos en el Plan hasta que entran a la escuela primaria, las conversaciones, idas y venidas, discusiones y todo lo relacionado con el proyecto me había atrapado.
Quizá como no me vi obligada a aprender a las corridas y por obligación a manejar la XO no estoy tan en contra como algunas maestras. Tampoco estoy con los exagerados que dicen que ahora sí que está todo solucionado y salvaremos la famosa “brecha digital”.
Así fue que empezamos a conversar. Me confesó que hacía días que estaba intrigado por saber qué escribía yo en esas hojas, y yo no le conté que también me intrigaba saber qué pensaban ellos, estudiantes universitarios de Montevideo, de lo que veían en esta pequeña escuela de pueblo.
Tampoco le dije esa primera vez que lo que escribía eran frases sueltas e ideas relacionadas con el Plan Ceibal. A pesar de que soy ayudante de la maestra de jardinera, y los niños de mi grupo, de cinco años, no están incluidos en el Plan hasta que entran a la escuela primaria, las conversaciones, idas y venidas, discusiones y todo lo relacionado con el proyecto me había atrapado.
Quizá como no me vi obligada a aprender a las corridas y por obligación a manejar la XO no estoy tan en contra como algunas maestras. Tampoco estoy con los exagerados que dicen que ahora sí que está todo solucionado y salvaremos la famosa “brecha digital”.
Puede ser que como todavía no sé qué voy a estudiar (ya que mi trabajo de ayudante en esta escuela para mí es algo transitorio), pero estoy segura de que Internet y la tecnología formarán inevitablemente parte de ello, me interesa seguir de cerca el tema. Y la manía de escribir en servilletas, hojas sueltas o libretas la tengo desde chica.
Esa tarde no se lo conté, pero sí más adelante. Pero esta historia no forma parte de este blog todavía.
Esa tarde no se lo conté, pero sí más adelante. Pero esta historia no forma parte de este blog todavía.
Nacho fue quien tuvo la idea de hacerlo. Me dijo que él me ayudaría, que yo solamente le enviara lo que escribiera, por mail desde el cyber café del pueblo y él se encargaba de todo. De armarlo, de publicar los textos y también me enseñaría a responder los comentarios de los que lo leyeran y quisieran participar.
La primera vez que me envió el acceso web, hice click y vi el blog publicado en Internet, me quedé inmóvil, con una sensación irreal. Fue parecido a cuando leí un cuento mío en la fiesta de fin de año de la escuela. Yo tenía ocho años, había escrito no sé qué acerca de lo que había pasado ese año, a mi maestra le gustó y me pidió que lo leyera delante de todos. Las rodillas me temblaron cuando subí a la tarima de madera, mi voz parecía otra cuando hablé por el micrófono. Al terminar, aplaudieron todos, sonrieron la mayoría, y mi estómago dejó de tener una losa encima y se convirtió en un globo que de desinflaba lentamente mientras yo me dirigía hacia mi sitio entre mis compañeros.
Son esas sensaciones extrañas, mezcla de incredulidad y logro conseguido. Las pequeñas cosas. Las historias mínimas que hacen que valga la pena lo demás.
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